Después de hacer el amor, delicada y deliciosamente, él se despide. ¡Mi mujer! repite de manera insistente. ¡Mi mujer! y la mujer a la que acaba de pagar sus servicios no puede contener una imprudente mueca de repugnancia al escuchar dichas palabras. ¡Mi mujer!, y sale casi corriendo dejando la puerta de la habitación de aquel motel abierta, aún con su hace minutos compañera de gemidos desnuda, sobre la cama.
Componerse la corbata en el taxi para luego desprenderse de la boca, con el dorso de la mano, el rojo color del labial de la mujer que acaba de regresar a su esquina con los labios nuevamente entintados para continuar con su trabajo y en resumidas cuentas con su vida. Mirar por la ventana mientras el auto avanza, desear un cigarrillo mientras piensa en ella, casi puede sentirla pero sabe que la sensación es un engaño porque no esta con ella, porque se encuentra en un taxi, porque el conductor no es él. Por su parte el conductor sabe que se trata de un hombre infiel, primero, porque lo recogió a la salida del motel, segundo, porque aunque en realidad no le importe la vida de sus clientes, no pudo evitar escuchar las entrecortadas e involuntarias palabras que salen de los labios de éste sin que siquiera lo note. ¡Mi mujer! escucha el taxista por tercera oportunidad justo antes de subir el volumen del pasacintas con la certeza de que éstas palabras se repetirán por lo que queda del trayecto.
(Ahora en casa)
-Hola soledad.
-Sí, yo sé que es tarde. Yo sé que huelo a mujer y que hasta mi alma huele a ella.
- Lo siento, sé que lo he prometido. No estar con nadie, apenas salir con amigos, pero... el deseo. ¿Sabes lo que es el deseo? No lo tomes tan a pecho, aunque a veces sea más fuerte que lo nuestro nadie nunca jamás podrá separarnos. Y ni modo de que tú también me dejes solo, soledad.
-Eso, sonríe; no sé si te lo he dicho pero te ves más bonita alegre, te ves más bonita cuando me dices que me quieres, que te hago falta, aunque sea mentira porque para nadie es un secreto que desde que aparecí no has vuelto a estar sola.
-no digas nada, cierra tus dulces labios y perdóname con un beso.
De esta manera él pudo dormir tranquilo y solo en su cuarto, acompañado por la más celosa de las soledades; la suya.